jueves, 14 de mayo de 2015

Los médicos, esas sanguijuelas

Todo empezó en la Navidad de 1902. Hacia tiempo que Joaquín Díaz no se encontraba bien. Las molestias iban en aumento. Había intentado aguantar aquellos dolores para no estropear fecha tan señalada a su familia. No pudo ser. A pesar de los esfuerzos para no preocupar a sus padres, estos ya habían notado en su rostro los nuevos ataques de dolor con los que la enfermedad, un día más, había decidido torturarlo. Avisaron al doctor. Afuera hacia frío. Su hijo tenía una fe ciega en D. Emiliano Zaragoza, doctor afamado, de cincuenta y pocos años que ejercía con éxito en Gijón. Solícito siempre a cualquier llamada del día o de la noche, aquella Navidad no iba a ser distinto. Su padre intuía que tanta presteza debíase más a los caudales de la familia que a un sentimiento genuino del galeno por aliviar a Joaquín. Daba igual, si su hijo confiaba en Don Emiliano no sería él quien lo privara de sus cuidados, aunque, siempre sospechó que las leves mejorías eran más fruto de la fe ciega que le profesaba su hijo que de los remedios que le recetaba. Púsole el doctor en esa Navidad tratamiento a Joaquín para restablecerlo de sus dolencias.

Los días iban pasando entre alivios, los menos y recaídas, las más, viéndose día a día el retroceso en la salud de su hijo. Estaban muy preocupados. La medicina a principios del siglo XX aun era un revuelto de saber milenario, remedios caseros, creencias populares y ciencia, decidiéndose, por la insistencia del enfermo, practicarle una sangría utilizando dieciocho repelentes e insaciables sanguijuelas, pues, sabido es que cuatro son los humores del cuerpo ( Bilis Negra, Bilis, flema y sangre)  y cuando se produce un desequilibrio en ellos, tanto la personalidad como la salud se resienten. A gusto debieron de quedar los bichos después de absorber semejante maná, tan fácilmente conseguido, durante tres horas. Lejos de equilibrar los humores, aquellas sanguijuelas ayudaron a disminuir las pocas  energías que le restaban para oponer resistencia a la parca, falleciendo el enfermo horas después.

Sabido es que es la muerte el último mal, mas, para los padres de Joaquín los males no habían hecho más que comenzar. Una sanguijuela mas insaciable amenazaba con llevarlos a la ruina. En una comunicado enviado al Noroeste el 5 de Junio de 1904, Ramón Díaz Pérez denuncia el caso:





El mismo díario ironiza sobre el asunto publicando un poema sobre el caso, en el que amenaza con su estrofa final en contribuir al perjuicio económico de la familia:


CONTINUARÁ....


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